José Graziano da Silva | 24/04/2024
La lucha contra el hambre y la malnutrición trasciende los esfuerzos gubernamentales. El papel indispensable de la sociedad civil en la configuración y supervisión de políticas públicas está claramente ejemplificado por la experiencia de Brasil. Los actores no estatales deben convertirse en componentes integrales de la agenda global sobre este tema.
La iniciativa actual bajo la presidencia brasileña en el G20, la Alianza Global contra el Hambre y la Pobreza (AGHP), ejemplifica este enfoque inclusivo. Se nutre no solo del éxito de las políticas brasileñas en erradicar el hambre, sino que también tiene como objetivo cementar la erradicación del hambre como un punto permanente en la agenda internacional.
Desde 2008, en medio de la crisis de precios agrícolas que afectó tanto a naciones ricas como empobrecidas, se han realizado esfuerzos para combatir el hambre en busca de fuentes de financiamiento globales. Presidencias anteriores del G20 apoyaron el establecimiento del Fondo Global para la Seguridad Alimentaria y Nutricional (FGSAN) en 2008 y el Marco de Seguridad Alimentaria y Nutricional (FSN) en 2013 (aquí el Programa de Implementación del Marco de Seguridad Alimentaria y Nutricional). Además, en 2008, el G7 inició la Iniciativa de Áquila y en 2020, la FAO lanzó la Coalición Alimentaria para abordar los impactos de la COVID-19.
Si bien estas iniciativas proporcionaron respuestas ad hoc a crisis específicas, a menudo carecían de la participación de la sociedad civil, aunque algunas buscaron apoyo del Comité de Seguridad Alimentaria Mundial (CSA).
La propuesta de Brasil aboga por un enfoque integral que involucre a gobiernos, organizaciones internacionales y sociedad civil, con participación abierta para todos los países. El liderazgo de Brasil en este esfuerzo tiene una importancia particular, ya que se deriva del éxito de nuestras políticas públicas en lugar de la mera posesión de la presidencia del G20.
Nuestra historia subraya el potencial para poner fin al hambre cuando la voluntad política y el compromiso social convergen. El Programa Hambre Cero, iniciado por el presidente Lula en 2003, sacó a millones de personas de la pobreza en menos de una década, llevando a Brasil a salir del Mapa del Hambre de la FAO en 2014.
El Hambre Cero obtuvo reconocimiento internacional, especialmente con el lanzamiento del Desafío Hambre Cero por parte del entonces Secretario General de las Naciones Unidas, Ban Ki Moon, en la Conferencia Río+20 en 2012. Posteriormente, con la incorporación del Objetivo de Desarrollo Sostenible (ODS) 2 para erradicar el hambre en la Agenda 2030 de la ONU, acertadamente llamado “Hambre Cero”, el objetivo cambió de reducir a la mitad el hambre mundial, como se hacía bajo los Objetivos de Desarrollo del Milenio antes de 2015.
La Alianza Global propuesta por Brasil busca formalizar el intercambio de mejores prácticas, basándose no solo en el modelo brasileño, sino también en experiencias exitosas de todo el mundo. De esta lucha persistente, surgen lecciones valiosas. En particular, erradicar el hambre y la pobreza requiere aprovechar experiencias concretas, compartir estrategias exitosas y, crucialmente, involucrar a la sociedad civil.
José Graziano da Silva es el director general del Instituto Hambre Cero (Instituto Fome Zero), ex director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) – de 2012 a 2019 – y ex ministro extraordinario de Seguridad Alimentaria y Combate al Hambre en el primer gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva, cuando implementó el Programa Hambre Cero.